El origen del Black Friday nada tiene que ver con el consumo: en los años 50, la policía de la ciudad de Filadelfia usaba estas dos palabras para describir el caos de la ciudad después del festivo Acción de Gracias, donde una multitud de comerciantes y turistas inundaban la ciudad yendo hacia el partido de fútbol que la Marina celebraba en sábado cada año. Más adelante, el juego de palabras viró hacia la idea de que en este día de superventas, los números contables de los tenderos pasarían de rojos a negros. Y lo que empezó siendo una jornada de descuentos en cadenas y grandes establecimientos de Estados Unidos, desde hace unos años se ha extendido mundialmente. Y es cierto que es un día de mucha venta: según el portal Statista, el Black Friday significa cada año, un 5% del total de la facturación de una empresa. Pero los agentes que fomentan el consumo parecen no tener límites, y, por ello, cadenas de ventas extienden las ofertas a todo el fin de semana para llegar al lunes y enganchar con el Cibermonday, otra jornada de descuentos, esta vez, solo online. 60 años después, esta costumbre ha pasado a convertirse en un fenómeno mundial impulsado en gran medida por el sistema capitalista. Lejos quedó el tiempo en el que los pequeños comercios minoristas estadounidenses impulsaron esta tradición. Hoy en día, todo tipo de empresas, multinacionales, marcas o vendedores se lanzan años tras año a inundar de ofertas y publicidad a los consumidores, generando una necesidad de compra, innecesaria en muchos casos.
Debemos reflexionar sobre la irresponsabilidad de un consumo insostenible en el actual contexto de crisis climática, energética y de alta inflación provocado por los cortes de suministros, de la lenta reactivación tras la pandemia. A pesar de su explosivo crecimiento, beneficia básicamente a las grandes compañías, oligopolios del descuento, a los horarios ininterrumpidos y a los salarios precarios. Es un modelo de incentivos de compra a impulsos que desajusta los ciclos del pequeño comercio y sacude sus posibilidades de subsistencia. Pero además es un modelo que se aleja del consumo consciente e informado y del objetivo de conocer la trazabilidad del producto, dado que las ofertas esconden, delante la idea de una oportunidad irresistible, sus impactos sociales y medioambientales. Detrás de los descuentos no hay si no una lucha de precios o promociones, donde la necesidad de reducir costes presiona hasta límites vergonzosos la mano de obra barata y las condiciones de semi esclavitud laboral.
Estas son la razones por las que deberíamos decir NO AL BLACK FRIDAY y fomentar realmente un consumo sostenible y responsable:
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El consumo insostenible agrava la crisis climática. Se ha aumentado un 35% el consumo de energía en 2020 y la consecuencia ha sido el aumento en 1,2 ºC de la temperatura según la Organización Meteorológica Mundial. Es imparable el crecimiento de emisiones de CO2. Las emisiones de CO2 vuelven a los niveles prepandemia empujadas por el carbón y la gran demanda de energía. Las cifras del plantel de expertos confirman que en 2021 el porcentaje de este gas de efecto invernadero soltado a la atmósfera crecerá un 4,9%
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Es insostenible consumir para tirar. Los productos más vendidos durante el Black Friday fueron productos electrónicos. Sabiendo que la vida útil de estos productos está controlada a través de la obsolescencia programada, podemos deducir que estos productos acabarán siendo desechados en un periodo de vida corto. Un total de 53 millones de toneladas mundiales de basura electrónica generados a golpe de clic de la que solo se recicló el 17%. El resto acabó en vertederos con un fuerte impacto en las localidades donde se ubican.
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Fomenta la explotación, los empleos temporales y precarios. Cuando las grandes empresas recortan de una forma tan drástica en sus precios, ofreciendo grandes rebajas y descuentos, lo hacen a su vez en sus costes. Esto provoca en muchas ocasiones la creación de empleos temporales precarios, además de la vulneración de los derechos de las personas que participan en la cadena productiva. La mayor parte de los productos que venden las grandes multinacionales son fabricados por personas que trabajan en condiciones que no respetan los derechos fundamentales humanos.
Por ello pedimos a la afiliación y las y los empleados de los sectores públicos que no participen en este Viernes Negro (BLACK FRIDAY) y que las administraciones fomenten el consumo responsable y sostenible.