La Confederación Intersindical condena de forma clara y rotunda los graves atentados que están costando la vida a centenares de víctimas inocentes, como los recientes de París, que han venido precedidos de otros en Líbano, Egipto y otros lugares del mundo, la escalada de guerras y los bombardeos sobre población civil, con sus correspondientes e injustificables “daños colaterales”. Todo ello provocado por los poderosos, amparados en el sucio negocio de la guerra y los intereses políticos, económicos y geoestratégicos para controlar el mundo e imponer sociedades cada vez más alejadas de los ideales de justicia, igualdad, libertad y paz que nosotras y nosotros defendemos.
Desde la Confederación Intersindical reclamamos que la solución a acciones violentas no puede ser de ninguna manera el recorte de libertades, derechos democráticos constitucionales y estados de emergencia que puedan suponer una involución en nuestras sociedades.
No es que no sea posible un mundo sin guerra, un mundo en paz… es sólo que el mero “pensamiento positivo” tiene muy difícil aplicación ―y nulo resultado― en un mundo condicionado por los errores de su propia historia (pasada y reciente) y dominado por una “realpolitik” que ha ido tejiendo a lo largo de los años una maraña de oscuras alianzas donde sin ningún pudor los estados traicionan los intereses de la ciudadanía o a sus propios aliados y donde enemigos declarados han sido en algún momento extraños compañeros de cama.
Conviene no olvidar que al final de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia incumplieron su compromiso con los árabes, sublevados contra el Imperio Turco, y no crearon la “Gran Arabia” prometida sino que dividieron artificialmente y se repartieron a su conveniencia el territorio, dando origen a los actuales países. Los intereses geopolíticos, estratégicos y petrolíferos en Oriente Medio han sido causa del continuo intervencionismo de Occidente en la vida política de estos estados, desestabilizando a su antojo la zona.
Recordemos cómo nace el autodenominado Estado Islámico tras la invasión norteamericana de Irak en el 2003: policías, militares y miembros de la inteligencia, expulsados de las estructuras de poder del depuesto gobierno Baaz sunita de Husein, pasarían a integrarse en la insurgencia. Al iniciarse en 2011 las revueltas contra Al-Assad y queriendo asegurar la caída del régimen, los servicios de inteligencia turcos y las monarquías del Golfo encabezadas por Arabia Saudí arman y financian, entre otros, a los sunitas represaliados de Irak y los trasladan a Siria. Se repite así el mismo esquema que los Estados Unidos habían utilizado, entonces mediante los muyaidines, contra los soviéticos en Afganistán.
Arabia Saudí, “nuestro amigo árabe”, es una monarquía absolutista anclada en el medievo que ha financiado y pertrechado al ISIS con el armamento comprado, en negocio multimillonario, a países occidentales como Francia o Estados Unidos. Para combatir el nacionalismo árabe laico, Arabia Saudí ha sido mecenas de movimientos extremistas islámicos y ha exportado también su propia versión fundamentalista del islam, el wahabismo, costeando en países occidentales la construcción de mezquitas que difunden esta visión extremista y que sirven de instrumento en la radicalización de jóvenes europeos desencantados, muchos de los cuales se han enrolado en grupos integristas como el ISIS o han llegado a cometer atentados en su propio territorio. Occidente continúa mirando para otro lado.
¿Debemos ahora ignorar nuestras propias incoherencias y responsabilidades en el origen del conflicto y bombardear un país en guerra donde el “enemigo” se refugia entre los civiles? ¿Deberíamos quizá, tal como hicieron las democracias europeas durante la Guerra Civil Española, no intervenir, abandonando a su suerte a una población que huyendo de la muerte ya está llamando a las puertas de Europa?
La intervención militar, por sí sola, no será la solución y los bombardeos indiscriminados causarían muchas bajas civiles en Siria e Irak. Hemos querido olvidar, sin embargo, que debido a nuestras decisiones y alianzas somos cómplices de la financiación sin la cual el Estado Islámico se colapsaría ―¿Quién los arma, quién los apoya, quién está comprando, por ejemplo, su petróleo?―. Abramos los ojos: desde posiciones incoherentes y viciadas no podremos dar una respuesta realista y definitiva a una guerra que ha terminado por salpicar al interior de Europa. Exijamos que todos los gobiernos con mayor o menor responsabilidad en el conflicto, y renunciando a intereses espurios, busquen inmediata solución al problema que ellos mismos han creado.
¡No a las políticas predatorias contra los pueblos y las personas!
¡Sí a la paz!
¡Sí a la libertad!
¡Sí al respeto a los derechos humanos y a la soberanía de los pueblos!